Hace dos años, el aumento del Euribor y su impacto en las hipotecas ya se vislumbraba como una posibilidad real. Sin embargo, muchos prefirieron no prestar atención a estas señales, ya que a menudo evitamos las malas noticias y tendemos a rechazar la perspectiva negativa.
En ese momento, el Euribor se encontraba en torno al -0,443%, y desde diversos sectores se advertía sobre la posibilidad de que esta situación cambiara. La inflación en España estaba en un 5.5%, su nivel más alto en casi tres décadas, lo que era un indicio de que algo estaba cambiando en la economía. A pesar de ello, tanto el gobierno como el Banco Central Europeo (BCE) sostenían que esta inflación era temporal y que no requeriría cambios significativos en los tipos de interés.
Sin embargo, resultaba extraño que, con una inflación tan elevada, los tipos de interés se mantuvieran en territorio negativo. La experiencia pasada mostraba que en situaciones similares, los tipos de interés habían sido considerablemente más altos. Esto llevaba a la conclusión de que, tarde o temprano, los tipos de interés tendrían que ajustarse para controlar la inflación, ya que esa es una de las principales responsabilidades de los bancos centrales.
Aunque en ocasiones las opiniones pueden variar y pueden existir diferentes perspectivas sobre la economía, en este caso, las señales de que la inflación no era un fenómeno pasajero eran bastante evidentes. La inflación seguía aumentando, y la negativa a reconocer este hecho solo retrasó la toma de medidas adecuadas para abordar la situación.
En retrospectiva, resulta claro que no se trataba solo de prever lo que estaba por venir, sino de reconocer la realidad económica en ese momento. El aumento del Euribor y sus repercusiones en las hipotecas era una consecuencia lógica de una inflación sostenida, y no había razón para subestimar esta tendencia.